La socióloga Susana Saulquin cree que no está lejana una revolución sustentable en el mundo de la indumentaria, y que ésta sea impulsada por los propios consumidores. Nota Clarín
Fuente: Clarin
Soy un bicho medio extraño. Todo el mundo cree que soy diseñadora, pero soy socióloga". Así empieza la conversación Susana Saulquin (71), probablemente quien mejor ha analizado la moda argentina en su historia. Autora de varios libros sobre el tema, el último de los cuales es Política de las apariencias (Paidós, 2014), su vínculo con el tema es casi genético: un antepasado suyo había fundado la casa "El niño elegante" en Buenos Aires, en 1870, para vestir a los hijos de la naciente burguesía porteña. "Y mi mamá se vestía muy bien. De vez en cuando, se compraba un buen diseño, iba a un desfile y se traía un vestido, usaba sombreros... Todo eso realmente me fascinaba", confiesa hoy.
Mientras cursaba la carrera de Sociología en la UBA, en la década de 1960, recibió varios rechazos por su interés en la relación entre vestimenta y sociedad. Uno, evoca, cuando un compañero le advirtió que no podía opinar sobre cuestiones políticas, "porque estaba demasiado bien vestida". Y otra vez, cuando osó decir en plena efervescencia de la Revolución Cultural china, que el futuro no pasaba por Mao, sino por la moda. "Ahí, directamente, me excomulgaron". Tras graduarse, su interés por el tema continuó, pero la indiferencia de los colegas, también. Se refugió del clima opresivo en la carrera, durante la dictadura, abriendo su propia boutique en Olivos, pero advirtió –al tiempo– que no le interesaba ocupar ese lugar. Así, aunque trabajaba como socióloga en otros temas, más tarde encaró hacia la Facultad de Arquitectura (FADU) en la UBA para reflotar su antigua pasión. Allí,0 con otros cuatro pioneros, creó en 1988 la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil, de la que fue directora entre 2006 y 2010. También en la FADU fundó, hace poco, el posgrado en Sociología del Diseño, aunque en la Facultad de Ciencias Sociales la querían para sí. Esta puja fue un verdadero logro porque, según Saulquin –siempre con dulzura, y siempre sin callarse nada–"tardaron 50 años en reconocer la importancia del tema; pero, finalmente, lo hicieron".
El fin del mandato único
Saulquin afirma que, en los últimos años, la moda –es decir, las tendencias en colores, formas y texturas fijadas por pocas casas de diseño– ha perdido su lugar de privilegio. "Seguirá teniendo un peso fuerte para aquellos que quieran seguir las tendencias, pero ha perdido el privilegio de pautar las apariencias. Como están las cosas ahora, con el fenómeno de las redes sociales, ¿van a venir de París, como antes, a decir qué es lo que se usa?". Si bien su anterior libro se llamaba La muerte de la moda (Paidós, 2010), la experta matiza semejante afirmación ("El editor se excedió en la búsqueda de impacto"). Porque, en rigor, lo que ha muerto es el autoritarismo, "el mandato que existía antes, de que no podías vestirte de otra manera". Junto con la moda, afirma, conviven el diseño independiente (también llamado "de autor"), donde la creación no sigue tendencias sino su propia inspiración, sus materiales y sus técnicas. Son piezas, claro, menos accesibles que la producción seriada. A esto, Saulquin agrega otras dos dimensiones: el diseño interactivo, que integra los cambios tecnológicos y nuevos materiales, con las nuevas funcionalidades. Y los vestuarios especiales, un campo que la entusiasma, porque le ve muchas oportunidades: "Ropa para las necesidades de discapacitados, para uniformes, para danza, para arte, para cuerpos especiales... Es una fuente inagotable de riqueza. Si yo ahora tuviera un negocio, haría vestuarios especiales", afirma.
¿Usted cree firmemente que vendrá un cambio a favor de lo sustentable en el mundo de la indumentaria?
-Yo sigo lo que dice el filósofo francés Jean Baudrillard, respecto de que la sociedad siempre hace lo que necesita para alcanzar su supervivencia. Y, hoy, sobrevivir, implica poner fin al consumismo disparatado, porque choca con la sustentabilidad, tanto del medio ambiente como del cuidado de los recursos humanos. La tecnología va a venir en ayuda de esto, porque en el futuro, para poder vender una simple remera, habrá que mostrar la trazabilidad que explique que la hizo Fulana de Tal en tal país, con tales condiciones, usando tales materiales...
-¿Quién podría ser el motor de ese cambio?
-Esa revolución va a venir de los consumidores, nunca de la producción: del consumidor consciente. A medida que crezcan los chicos y se transformen en jóvenes y adultos, van a decir "¿Quién hizo esto?, ¿cómo lo hizo?". De lo contrario, no van a querer comprarlo. Incluso ahora, hay movimientos fuertes al respecto.
-Al observar el mundo de la vestimenta, suele pensarse mucho más en lo femenino que en lo masculino...
-Un psicoanalista inglés, John Flugel, lo definió como "la gran renuncia masculina". Porque, hasta el surgimiento de la sociedad industrial hacia 1860, el hombre se ponía capas, terciopelos, plumas. Pero lo abandona todo porque el sistema productivo lo necesita, la sociedad lo manda a trabajar y se pone pantalones, saco y corbata. Pero, yo creo que volvería encantado a lucir mucho más atractivo, como ocurre con muchos machos de las especies animales, que deben atraer a las hembras.
-Otra definición es el contraste entre viejo y nuevo lujo.
-El viejo lujo, dado por las marcas famosas –Louis Vuitton, Prada y otros–, va a ser reemplazado por el lujo sustentable, desde lo ambiental. En la Argentina, existe el Instituto de Lujo Sustentable, que dirige Miguel Gardetti, donde yo fui jurado para diferentes premios. Por ejemplo, una "joyería verde" de Colombia, que ofrece materiales con oro que no fue extraído con mercurio. O la aerolínea de los Emiratos Árabes, que ofrece a los pasajeros agua de una vertiente de agua purísima de los Andes. También está el lujo cotidiano, al alcance de todos, como disponer de tiempo libre, o disfrutar de una puesta de sol, o dejar atrás lo industrializado para abrazar la naturaleza. Todos estos cambios se ven reflejados también en las nuevas pautas de los consumidores y, por consiguiente, sumados al momento de diseñar.
¿Qué nuevas tendencias imagina para el siglo XXI?
-Creo que la túnica ocupará un lugar importante, como prenda emblemática para sentirse cómodos. Además, hombres y mujeres se vestirán de modo semejante, ya no con el cliché de lo femenino o lo masculino. Ha sido muy fuerte y persistente la idea burguesa de vestimenta para uno y otro, con diferencias muy fuertes entre ambos. Además, creo que vamos camino a lo estable, porque la sustentabilidad va a obligar, no a usar y tirar, sino a permanecer. Por supuesto que el sistema va a tener que inventar cosas para hacer pequeñas transformaciones, pero la base va a seguir siendo la túnica. Y todo lo que sea interactivo deberá, además, afrontar la sustentabilidad: sus materiales tendrán que evolucionar hacia lo sustentable.